He visto diferentes ángulos de San Rafael y buena parte de la ciudad pero no como quería asentirla, en simultánea. He tropezado con unas escalinatas que en medio de la oscuridad, rompen el paso para llegar a la punta de esta eminencia, a mi encuentro una esfinge inerme, vigilante y electrificada, desde su privilegiado punto. Después de mucho andar, he hallado a Alejo detenido sobre una roca con sus brazos abiertos, desintoxicándose de ciudad, depurando el alma mientras una helada brisa asiste el momento, estoy exhausto e intento grabar la anhelada vista, ¿este es el oráculo? ¡Era cierto!, puedo ver toda Bogotá iluminada por luces neones, blancas y amarillas de norte a sur.
Debemos desaparecer son las ocho treinta, la noche esta extasiada y mientras tanto he incumplido mi cita en la Casa Cuadrada, estoy descendiendo al laberinto en total calma, ahora entiendo por que este sitio lleva un nombre santo.
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