jueves, 16 de octubre de 2008

ARTBO 2008

El hombre se encontraba perdido en un laberinto de paredes absurdas, cientos de seres hablando, murmurando, exhibiendo sus tonos eruditos con gestos de una frivolidad infinita, se había creado una esfera densa, gris, aburrida, de intelectuales de la más elevada alcurnia.

D a quien la soledad le había enseñado a andar con su radio de arriba-abajo y viceversa, busco de nuevo la emisora de Jazz, las dos de la tarde, la voz de una joven hermosa le intentaba levantar el animo, a él no le importaba su animo, sabia que nunca, nada, duraba mucho tiempo bien, pero sí le apetecía mitigar la desilusión del día.


Un comando de cadetes disperso, oculto, casi inmerso en el dédalo, observaban sigilosos al minúsculo hombre, el cual intentaba disimular la posesión de un aparato repudiado, el pequeño ser lo llamaba cámara, claro, así se lo habían enseñado a reconocer, con ese utensilio podía guardar imágenes que de otra forma su memoria tal vez no contendría, algo más, con el dispositivo tenia la posibilidad de exhibir las imágenes a los imposibilitados, esas personas nunca eran recibidas por los dioses, ni siquiera para asumir las pruebas.


A cada paso apreciaba los trazos, las texturas, movimientos, hasta un poco de locura innata, él había asumido el reto de atravesar el laberinto para enfrentar la voz de los versados, el piano de Tommy Flanagan ofrecía a sus sentidos tranquilidad bondadosa; valor, mucho valor, tomo la cámara apunto a un objeto y decidió preguntar primero a la deidad más cercana, si quizás podía atrapar algunas de esas formas en la tomavistas.
- ¿puedo atrapar una efigie para los imposibilitados?
- Sí- Contestó la potestad, sin prestar atención a las necias palabras, se arropó de pedantería y volvió la mirada hacia su interior para seguir construyendo su gárgola contemporánea.


D grabó la representación en el aparato, pero en cuestión de segundos fue sorprendido por un gendarme caribeño, quien le anunciaba con tono temeroso la absoluta prohibición del elemento macabro en el laberinto, D, guardó la cámara y se echó a andar sin percatarse de su camino. Yacía en el primer eje de las mil tapias entrecruzadas; en varias estaciones insistió en grabar los curiosos objetos, en todas fue reprimido por el guardia, hasta que el comandante en jefe le anuncio el embargo del objeto y su inminente destrucción en la Covacha del fuego. Recapacitando el hombrecillo recordó a la gran tribu de los Imposibilitados, a ellos se debía y convino llevarles las imágenes de los pocos pero novedosos grabados incrustados en los paneles, comenzó a escribir y describir los objetos, sólo los más luminosos a su mirada, los más dotados de hermosura.
(Por eso este artículo carece de material gráfico)









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la finalidad es poder decir con exactitud nuestras averiguaciones, manteniendo la sensibilidad de los sucesos.