miércoles, 22 de octubre de 2008

Bajo el fuego de beligerantes o de un Estado omnipresente


A falta de solucionar sus graves problemas políticos, los países comprometidos en conflictos de gran violencia como Irak (158), Pakistán (152), Afganistán (156) o Somalia (153), siguen siendo las "zonas negras" de la prensa. Asesinatos, secuestros, detenciones arbitrarias y amenazas de muerte forman parte del lote diario de los periodistas quienes, además de verse atrapados en el fuego de los beligerantes con frecuencia son acusados de tomar partido. Cualquier excusa es buena para desembarazarse de los "molestos" o "espías", como ha ocurrido en los Territorios Palestinos (163), especialmente en Gaza, donde la situación se ha deteriorado considerablemente desde que Hamas tomó el poder. Al mismo tiempo, en Sri Lanka (165), donde sin embargo hay un gobierno elegido, la prensa tiene que enfrentarse a una violencia que con demasiada frecuencia está organizada por el Estado.

Esencialmente, los países de cola son dictaduras más o menos disfrazadas, donde algunos disidentes o periodistas reformistas consiguen abrir fisuras en el lastre en que se ven obligados a vivir. En efecto, el año olímpico en China (167) ha sido el del encarcelamiento de Hu Jia y muchos otros disidentes o periodistas, pero también una ocasión para dar algunos argumentos suplementarios a esos medios liberales que poco a poco se esfuerzan en franquear el control policial impuesto a los ciudadanos de la nueva potencia asiática. Ser periodista en Pekín o en
Shanghai - y también en Irán (166), Uzbekistán (162) o Zimbabwe (151) - sigue siendo un ejercicio de alto riesgo, fuente de muchas frustraciones y de un acoso judicial permanente. Desde hace muchos años, en esa Birmania (170) que dirige una Junta xenófoba e inflexible, a los periodistas e intelectuales, incluso extranjeros, se les ve como enemigos de la Junta en el poder, y pagan por ello.

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